Los Cuatro Vientos
Zacarias 6:1-5
1De nuevo alcé mis ojos y miré, y he aquí cuatro carros que salían de entre dos montes; y aquellos montes eran de bronce. 2En el primer carro había caballos alazanes, en el segundo carro caballos negros, 3en el tercer carro caballos blancos, y en el cuarto carro caballos overos rucios rodados. 4Respondí entonces y dije al ángel que hablaba conmigo: Señor mío, ¿qué es esto? 5Y el ángel me respondió y me dijo: Estos son los cuatro vientos de los cielos, que salen después de presentarse delante del Señor de toda la tierra.
El sol estaba mortecino, como si después de iluminar el cielo por mucho tiempo, hubiese terminado por convertirse en un oscuro montón de cenizas; su leve resplandor apenas si era mayor que el de una brasa que agoniza apagándose lentamente.
Y esto no sucedía porque realmente se estuviese apagando; simplemente lo parecía porque estaba ante del Señor De Toda La Tierra.
Las estrellas se mostraban tímidas, como si no estuviesen seguras de su belleza; como si temiesen no ser mas que un resplandor que pasa y que enseguida se olvida.
Y no es que de verdad hubiesen perdido su misteriosa belleza en medio de la oscuridad del universo; simplemente lo parecía porque estaban ante El Señor De Toda La Tierra.
La luna, sin embargo, mas que luna, parecía un inmenso sol, despidiendo mil y un reflejos de diferentes colores e intensidades; como si cansada de ser siempre la invitada pobre del firmamento, de pronto hubiese decidido comenzar a brillas con intensidad propia.
Y no se trataba de que hubiese robada el color y el calor del sol; si no que acostumbrada a reflejar siempre una luz que no le es propia, ahora había descubierto la mas perfecta de las luces a reflejar, pues estaba ante El Señor De Toda La Tierra.
Los ángeles tantas veces imaginados como seres de luz, de ropas brillantes y rostros de estrellas; se veían ahora grises y opacos, como tristes y ordinarios trabajadores, apretujados, de vuelta a casa después de un día de duro trabajo; agotados y sucios.
Y no es que hubiesen olvidado o perdido su belleza, simplemente estaban ante El Señor De Toda La Tierra.
Por que tal era la gloria y hermosura de El Señor De Toda La Tierra, tal el brillo de su rostro, tan preciosa la presencia de la Gloria de Dios sentado en su trono, que lo mas brillante del universo se apagaba y marchitaba comparado con EL.
Dios estaba sentado en su trono de majestad y gloria. Este trono era semejante a dos inmensas montañas de bronce que hubiesen doblado sus rodillas para que El Señor De Toda La Tierra se sentase sobre ellos. Quizás el único problema es que, en todo el mundo, en el universo, en la creación, no existen dos montañas lo suficiente grandes para servirle de trono a Dios; ni se ha encontrado jamás un material lo suficiente noble, bello o perfecto como para ser digno de adornar aquel trono.
Dios parecía estar triste; si no se tratase de Dios, me atrevería a decir que estaba preocupado.
Entre tanto, delante de su trono se reunían ángeles, soles, estrellas y lunas, galaxias y toda la belleza de la creación; sin embargo Dios no dejaba de vigilar un pequeño planeta, perdido en una esquina de una inmensa nube de estrellas y soles. Dios tenia su vista, su corazón, firmemente clavados en aquella piedra que flotaba a con aire aburrido en medio de su gran creación.
Miraba a la tierra de la que El era Señor.
Su voz sonó como un trueno; no uno de esos truenos que nos hacen temblar y correr a escondernos debajo de una montaña de mantas; era más bien un sonido dulce; fuerte y atronador, pero dulce al fin, lleno de cariño y preocupación. Si no sonase fuerte como un trueno, posiblemente lo compararíamos mas con el sonido de un viento suave corriendo sobre la superficie de un mar en calma.
Que vengan los cuatro vientos
Al momento se oyó un silbo profundo e intenso; mas tarde el sonido del galopar de muchos cascos, entremezclado con el ruido de ruedas girando y saltando por un camino empedrado de oro que terminaba en el trono de El Señor De Toda La Tierra.
Los caballos alazanes bufaban y gemían tirando del carro de bronce que montaba el viento de Este. Era un viento largo y viajero, acostumbrado a recorrer las grandes extensiones de la tierra. Conocía todos lo altos montes y los valles profundos. Es un viento ágil que pasa casi sin notarse, y antes de que te des cuenta de que ha llegado, ya se ha ido. Los caballos alazanes fueron creados por Dios para cabalgar sin descanso por mucho tiempo, y sus venas laten con una sangre mas caliente que la lava que late en las entrañas de la tierra.
Tras los caballos alazanes llegaban los caballos negros; los caballos del viento del Norte. Este es un viento acostumbrado a viajar constantemente por las llanuras de hielo de la tierra; por eso está acostumbrado a la soledad, a soplar solo para los pocos seres vivos que recorren, como él, los lugares mas abandonados de la tierra, donde muy pocos hombres osan poner los pies. Los caballos negros están acostumbrados al frío, y no gustan de la compañía de los hombres, prefiriendo cabalgar allí donde ningún hombre ensucie la tierra con su presencia.
En tercer lugar entraron los caballos blancos, precediendo al carro del viento del Sur; entraron casi al trote, como sin prisa; al paso al que acostumbran a cruzar los grandes desiertos de la tierra, golpeados siempre por el sol. Al viento del sur le gusta jugar con la arena de las grandes dunas, formando tempestades capaces de cubrir toda la tierra; y que normalmente este viento acaba por arrojar al mar, como en un intento de secarlo. Los caballos blancos son hermosos y altos caballos árabes; orgullosos y altivos, le gusta tener el control de las situaciones; por eso su diversión principal es la de modelar el desierto, llevando la arena de un lugar para otro; jugando con sus cascos a crear un mar de dunas, sin peces, sin agua, sin mar.
El último viento en llegar, fue el viento del Oeste, llevado en su carro por un grupo de caballos pardos. Entró sin prisa, pero evitando también la sensación de demora; sabiendo que todo tiene su tiempo, y Dios tiene tiempo para todo. Este viento acostumbra a recorrer los grande Océanos y Mares de la tierra; está acostumbrado a la presencia de los hombres, a los que mas de una vez ha ayudado, a base de grandes soplidos, a llevar sus naves de uno a otro lugar del ancho mundo. También le gusta adentrarse en las ciudades de los hombres, sobre todo en las cercanas a la costa, y disfruta colándose en sus casas por una ventana abierta, o por debajo de las puertas. Sus caballos son pequeños y anchos, como los criados en libertad en las montañas, están acostumbrados al trabajo duro en las grandes travesías transoceánicas; y son mansos y juguetones con los niños, a los que divierten elevando con sus flancos las mas coloridas cometas.
Cuando los cuatro vientos estuvieron delante del trono del Señor de toda la tierra, los caballos: alazanes, negros, blancos y pardos, doblaron sus rodillas ante el Gran Rey; y los vientos prestaron atención a los deseos de su creador.
Dios habló.
La tierra está sedienta, se marchita por falta de agua. Mi tierra, la obra de mis manos, que yo creé para ser la joya mas bella, en la que guardar mi mas alta creación; se muere sin agua. Los hombres que llevan en su interior el perfecto aliento divino de vida; aquellos a los que yo arranqué del polvo seco de la tierra para darles mi misma imagen y hacerles señores sobre toda la obra de mis manos en la tierra; ellos mueren de sed después de desperdiciar toda la belleza que yo les regalé. ¿Quién les llevará de mis aguas para que no perezcan?
Mirad aquí.
En ese momento se abrió una fisura justo en la base de su trono; y de las profundidades de los montes sobre los que se sienta El Señor De Toda La Tierra, brotó el agua mas cristalina que se pueda imaginar. Con solo mirarla, el corazón rejuvenecía, y el alma se libraba del peso de la culpa; y todo aquel que la probaba, no volvía a tener sed jamás.
Llevad mi agua a los hombres que se marchitan en la tierra; seréis para ellos lluvia temprana y tardía; seréis el rocío que regala la noche, y calma luego la sed del día; seréis para ellos vientos de alegría y bendición; seréis agua de vida que haga fructificar la tierra y llene los ríos hasta endulzar el propio mar.
Cabalgad ahora desde mi trono. No perdáis el tiempo, pues mi tierra muere de sed.
Los caballos alazanes se encabritaron y saltaron como si de un solo animal se tratara; el salto fue tan brusco que el viento del Este tuvo que agarrar con fuerza las riendas para terminar derribado de su propio carro. Oyeran todo lo necesario, y la caliente sangre de los caballos hervía en fuego por cumplir la misión encomendada; el ímpetu del viento del Este hizo el resto, levando al conjunto a iniciar su misión demasiado pronto. Apenas si habían mojado en el río los cascos y un poco de las ruedas del carro cuando su desenfrenada carrera hacia la tierra comenzó.
Pronto los caballos sintieron en sus cascos las mas altas montañas de la tierra, y aprovecharon su pronunciada inclinación para lanzarse en un galope tendido sobre las llanuras y las zonas habitadas de la tierra. El viento del Este descargo con un poderoso soplido toda su fuerza.
Desgraciadamente el carro del viento del Este estaba vacío de agua del trono de Dios; en su precipitación, su deseo de ser los primeros, de ser el viento mas rápido y convertirse en el portador de la promesa de El Señor De Toda La Tierra había olvidado lo mas importante: llenarse primero de la lluvia prometida. Así el soplido del viento del Este se convirtió en un viento solano y seco; en un aire que quemaba la tierra y a los hombres; que robaba la poca humedad que aún persistía en los escasos riachuelos, o en el fondo fanganoso de algún resto de lago. Un viento que precedía al gusano y la langosta y que por donde pasaba cuarteaba la tierra y mataba todo lo vivo.
Los hombres mirando angustiados al cielo, maldijeron a Dios.
El viento del Norte resultó un poco mas juicioso, cargó su carro del agua que brotaba del trono; dejó que el pelaje de sus caballos se empapara hasta la raiz de su pelo azabache con la necesitada agua; luego con un grito seco y autoritario comenzó su viaje salvador hacia la tierra.
Pronto la vieron a lo lejos, quemada y resecada por el viento del Este, vieron a los hombres levantar su mirada esperanzada hacia el cielo, esperando un nuevo viento húmedo que pudiese salvar sus vidas y las de sus familias; que trajese la fertilidad a sus campos.
Los caballos negros se detuvieron en su avance; y el viento del Norte no hizo nada para que sus caballos continuaran el viaje. ¿No eran aquellos hombres los mismos que ensuciaban la tierra?, ¿No era su codicia la que les llevaba a cortar árboles y quemarlos hasta ensuciar los aires?; ¿No eran los que exterminaban al resto de seres vivos, muchas veces sólo para cubrir sus lampiños cuerpos?; no eran los mismos que se atrevían incluso a ensuciar al propio viento del Norte con sus apestosas ciudades y aparatos?.
¡NO!, el viento del Norte no cabalgaría entre ellos pero tampoco se atrevería a desobedecer a El Señor De Toda La Tierra; así que cabalgaría a alrededor de la tierra, pero a gran altura, por encima de la mas alta de las cumbres; y desde allí vertería su preciada carga, pero sin mancharse ni eél ni sus preciosos caballos.
El agua del trono, vertida desde tan lejos, se precipitó con fuerza hacia la tierra; pero allá arriba el frío era tan intenso que el agua se congeló poco a poco; una parte se convirtió en gélidos copos de nieve, que cayeron y cubrieron la tierra con una fría manta blanca; en otros lugares los pequeños copos se unieron y fundieron hasta formar pesadas piedras de hielo que se lanzaron sobre la tierra como un mortal y destructor golpe de granizo.
La tierra se congelo e invernó; o fue herida y removida hasta no sobrevivir ni una sola hoja verde. Los hombres se vieron afligidos, no solo por el hambre que laceraba sus estómagos; si no también por un frío mortal que congelaba hasta sus huesos.
De nuevo, temblando de frío, los hombres maldijeron a Dios.
Los caballos blancos estiraron sus cuellos mirando hacia abajo, hacia los hombres que sufrían en la tierra, llorando su desgracia. Luego miraron hacia el trono, donde los ángeles seguían girando alrededor del trono , cantado alabanzas a El Señor De Toda La Tierra.
Los pensamientos del viento del Sur seguían la misma dirección que los pensamientos e intenciones de sus caballos. Empujó su carro, guiado por sus caballos hasta penetrar profundamente en el río que salía del trono. Pronto las aguas salutíferas llegaron a los costados de los caballos, y penetraron en profundidad en el caro del viento del Sur; y las aguas que brotaban del trono pronto hicieron notar su poder. Eran aguas de salud y refrigerio. Tanto los caballos, como el propio viento, sintieron alivio de los agobiantes calores que por años, decenios, siglos y milenios habían golpeado una y otra vez sus cuerpos; pronto las heridas y llagas producidas por las arenas del desierto fueron limpiándose y suavizándose con el agua que brotaba del trono. Incluso el tiempo que habían llegado a disfrutar del desierto, fue desapareciendo poco a poco, convirtiéndose e un recuerdo lejano, mas parecido a un sueño que a una realidad vivida alguna vez. Y todo su pasado se convirtió en algo parecido a uno de esos sueños que intentas recordar nada mas despertar, y que se te escapa entre las briznas de realidad que invaden poco a poco tu mente después del largo sueño de la noche; hasta desaparecer sin dejar rastro alguno.
Y así, el viento del Sur, decidió, para alegría de sus corceles, que por fin había encontrado su lugar en el universo; el lugar donde quería pasar el resto de su existencia. Ya no volvería a mirar hacia la tierra jamás; sus ojos no se apartarían ya mas del maravilloso trono de El Señor De Toda La Tierra.
El viento del Sur olvidó su misión, y jamás volvió a pensar en ella.
Los caballos pardos se habían mantenido a un lado del trono, como tímidamente alejados del centro de toda la acción, como si no quisiesen molestar a sus compañeros mas bellos, mas altos, mas sabios que ellos mismos. El vito del Oeste se había mantenido también callado, como ensimismado en un pensamiento que sólo él podía alcanzar. Desde que había llegado cerca del trono, no había apartado ni un solo momento su ojos de los ojos de El Señor De Toda La Tierra; estaba mas alejado físicamente, pero se había acercado increíblemente en su espíritu. Él pudo, por un pequeño instante, ver el corazón de Dios; así pudo darse cuenta que el trono no brotaba de la base del trono de Dios; si no que estaba formado por lagrimas brotadas del corazón de El Señor De Toda La Tierra. No eran amargas lagrimas de tristeza o dolor; si no dulces lágrimas de compasión y amor; de autentico y genuino amor que deshacía el corazón del Padre en agua que pudiese aliviar el dolor de los hombres.
Y aunque no había nada que desease mas que pasar su existencia allí, a los pies de quien tenia tanto amor para derrochar, también había sentido el latir del corazón de El Señor De Toda La Tierra; y de escuchar es el latir, poco a poco su propio corazón se había acompasado a aquel ritmo. Lo mismo estaba sucediendo con el latir de los caballos Pardos que tiraban del carro de bronce del viento del Oeste.
Así, viento del Oeste, caballos Pardos y a poco todo el universo sintió lo que el Padre sentía por los hombres que le habían maldecido.
Lentamente, caballos, carro y viento se introdujeron en el rio, primero apenas si los casos, luego hasta las rodillas, hasta los flancos y por encima de las ruedas; y finalmente hasta las crines y quedar cubiertos por completo del agua brotada del corazón del Padre.
Volaron hacia las tierra, y estando aún bastante lejos, pudieron escuchar claramente el clamor y lamento que subía desde los corazones de los hombres sobre la destruida tierra; lagrimas y gritos pidiendo consuelo para un dolor que parecía no acabar jamás. Y caballos y viento temieron lo que podrían encontrar sobre la superficie de la tierra: dolor, tristeza, rabia, miedo y muerte; y desearon soltar ya su carga para no tener que compartir el dolor que la tierra sufría.
Pero aún se mantenía en sus pechos el latir del corazón de El Señor De Toda La Tierra; así que forzaron su voluntad y sus deseos para baja mas y mas acercándose tanto a la tierra que los hombres podían casi agarrar los cascos de los caballos, o las ruedas del carro del viento del Oeste. Tan cerca que los hombres podían sentir el soplo del viento del Oeste como una suave brisa venida de lo ancho del océano.
Caballos, viento y agua del trono se convirtieron en una suave llovizna que cayó sobre la tierra, acariciándola suavemente, y mojándola delicadamente, como temiendo provocar algún daño. Así los beneficios del agua salida del trono de El Señor De Toda La Tierra alcanzó a los hombres; y sus heridas; su dolo; su esterilidad; su tristeza y su desgracia; para convertirlo en alegría, alivio, fertilidad gracia de Dios y vida sobre toda la tierra.
Y los hombres, postrados sobre sus rodillas, alabaron por fin a El Señor De Toda La Tierra.
Ahora, cuando el viento del Oeste sopla sobre la tierra, los hombres sienten sus rodillas temblar, deseando tirarse sobre sus rodillas ante El Señor De Toda La Tierra para bendecir su nombre por toda la eternidad.
Por eso el viento del Oeste trae siempre lluvias que son promesa de fertilidad sobre la tierra.
Y por eso los hombres prefieren morir cuando sopla el viento del Oeste, porque reconocen que su soplido es promesa de una vida mejor; de una vida eterna ante El Señor De Toda La Tierra.
Vosotros también, hijos de Sion, alegraos y gozaos en Jehová vuestro Dios; porque os ha dado la primera lluvia a su tiempo, y hará descender sobre vosotros lluvia temprana y tardía como al principio. Las eras se llenarán de trigo, y los lagares rebosarán de vino y aceite. Y os restituiré los años que comió la oruga, el saltón, el revoltón y la langosta, mi gran ejército que envié contra vosotros.
Comeréis hasta saciaros, y alabaréis el nombre de Jehová vuestro Dios, el cual hizo maravillas con vosotros; y nunca jamás será mi pueblo avergonzado.
Joel 2:23-26
1De nuevo alcé mis ojos y miré, y he aquí cuatro carros que salían de entre dos montes; y aquellos montes eran de bronce. 2En el primer carro había caballos alazanes, en el segundo carro caballos negros, 3en el tercer carro caballos blancos, y en el cuarto carro caballos overos rucios rodados. 4Respondí entonces y dije al ángel que hablaba conmigo: Señor mío, ¿qué es esto? 5Y el ángel me respondió y me dijo: Estos son los cuatro vientos de los cielos, que salen después de presentarse delante del Señor de toda la tierra.
El sol estaba mortecino, como si después de iluminar el cielo por mucho tiempo, hubiese terminado por convertirse en un oscuro montón de cenizas; su leve resplandor apenas si era mayor que el de una brasa que agoniza apagándose lentamente.
Y esto no sucedía porque realmente se estuviese apagando; simplemente lo parecía porque estaba ante del Señor De Toda La Tierra.
Las estrellas se mostraban tímidas, como si no estuviesen seguras de su belleza; como si temiesen no ser mas que un resplandor que pasa y que enseguida se olvida.
Y no es que de verdad hubiesen perdido su misteriosa belleza en medio de la oscuridad del universo; simplemente lo parecía porque estaban ante El Señor De Toda La Tierra.
La luna, sin embargo, mas que luna, parecía un inmenso sol, despidiendo mil y un reflejos de diferentes colores e intensidades; como si cansada de ser siempre la invitada pobre del firmamento, de pronto hubiese decidido comenzar a brillas con intensidad propia.
Y no se trataba de que hubiese robada el color y el calor del sol; si no que acostumbrada a reflejar siempre una luz que no le es propia, ahora había descubierto la mas perfecta de las luces a reflejar, pues estaba ante El Señor De Toda La Tierra.
Los ángeles tantas veces imaginados como seres de luz, de ropas brillantes y rostros de estrellas; se veían ahora grises y opacos, como tristes y ordinarios trabajadores, apretujados, de vuelta a casa después de un día de duro trabajo; agotados y sucios.
Y no es que hubiesen olvidado o perdido su belleza, simplemente estaban ante El Señor De Toda La Tierra.
Por que tal era la gloria y hermosura de El Señor De Toda La Tierra, tal el brillo de su rostro, tan preciosa la presencia de la Gloria de Dios sentado en su trono, que lo mas brillante del universo se apagaba y marchitaba comparado con EL.
Dios estaba sentado en su trono de majestad y gloria. Este trono era semejante a dos inmensas montañas de bronce que hubiesen doblado sus rodillas para que El Señor De Toda La Tierra se sentase sobre ellos. Quizás el único problema es que, en todo el mundo, en el universo, en la creación, no existen dos montañas lo suficiente grandes para servirle de trono a Dios; ni se ha encontrado jamás un material lo suficiente noble, bello o perfecto como para ser digno de adornar aquel trono.
Dios parecía estar triste; si no se tratase de Dios, me atrevería a decir que estaba preocupado.
Entre tanto, delante de su trono se reunían ángeles, soles, estrellas y lunas, galaxias y toda la belleza de la creación; sin embargo Dios no dejaba de vigilar un pequeño planeta, perdido en una esquina de una inmensa nube de estrellas y soles. Dios tenia su vista, su corazón, firmemente clavados en aquella piedra que flotaba a con aire aburrido en medio de su gran creación.
Miraba a la tierra de la que El era Señor.
Su voz sonó como un trueno; no uno de esos truenos que nos hacen temblar y correr a escondernos debajo de una montaña de mantas; era más bien un sonido dulce; fuerte y atronador, pero dulce al fin, lleno de cariño y preocupación. Si no sonase fuerte como un trueno, posiblemente lo compararíamos mas con el sonido de un viento suave corriendo sobre la superficie de un mar en calma.
Que vengan los cuatro vientos
Al momento se oyó un silbo profundo e intenso; mas tarde el sonido del galopar de muchos cascos, entremezclado con el ruido de ruedas girando y saltando por un camino empedrado de oro que terminaba en el trono de El Señor De Toda La Tierra.
Los caballos alazanes bufaban y gemían tirando del carro de bronce que montaba el viento de Este. Era un viento largo y viajero, acostumbrado a recorrer las grandes extensiones de la tierra. Conocía todos lo altos montes y los valles profundos. Es un viento ágil que pasa casi sin notarse, y antes de que te des cuenta de que ha llegado, ya se ha ido. Los caballos alazanes fueron creados por Dios para cabalgar sin descanso por mucho tiempo, y sus venas laten con una sangre mas caliente que la lava que late en las entrañas de la tierra.
Tras los caballos alazanes llegaban los caballos negros; los caballos del viento del Norte. Este es un viento acostumbrado a viajar constantemente por las llanuras de hielo de la tierra; por eso está acostumbrado a la soledad, a soplar solo para los pocos seres vivos que recorren, como él, los lugares mas abandonados de la tierra, donde muy pocos hombres osan poner los pies. Los caballos negros están acostumbrados al frío, y no gustan de la compañía de los hombres, prefiriendo cabalgar allí donde ningún hombre ensucie la tierra con su presencia.
En tercer lugar entraron los caballos blancos, precediendo al carro del viento del Sur; entraron casi al trote, como sin prisa; al paso al que acostumbran a cruzar los grandes desiertos de la tierra, golpeados siempre por el sol. Al viento del sur le gusta jugar con la arena de las grandes dunas, formando tempestades capaces de cubrir toda la tierra; y que normalmente este viento acaba por arrojar al mar, como en un intento de secarlo. Los caballos blancos son hermosos y altos caballos árabes; orgullosos y altivos, le gusta tener el control de las situaciones; por eso su diversión principal es la de modelar el desierto, llevando la arena de un lugar para otro; jugando con sus cascos a crear un mar de dunas, sin peces, sin agua, sin mar.
El último viento en llegar, fue el viento del Oeste, llevado en su carro por un grupo de caballos pardos. Entró sin prisa, pero evitando también la sensación de demora; sabiendo que todo tiene su tiempo, y Dios tiene tiempo para todo. Este viento acostumbra a recorrer los grande Océanos y Mares de la tierra; está acostumbrado a la presencia de los hombres, a los que mas de una vez ha ayudado, a base de grandes soplidos, a llevar sus naves de uno a otro lugar del ancho mundo. También le gusta adentrarse en las ciudades de los hombres, sobre todo en las cercanas a la costa, y disfruta colándose en sus casas por una ventana abierta, o por debajo de las puertas. Sus caballos son pequeños y anchos, como los criados en libertad en las montañas, están acostumbrados al trabajo duro en las grandes travesías transoceánicas; y son mansos y juguetones con los niños, a los que divierten elevando con sus flancos las mas coloridas cometas.
Cuando los cuatro vientos estuvieron delante del trono del Señor de toda la tierra, los caballos: alazanes, negros, blancos y pardos, doblaron sus rodillas ante el Gran Rey; y los vientos prestaron atención a los deseos de su creador.
Dios habló.
La tierra está sedienta, se marchita por falta de agua. Mi tierra, la obra de mis manos, que yo creé para ser la joya mas bella, en la que guardar mi mas alta creación; se muere sin agua. Los hombres que llevan en su interior el perfecto aliento divino de vida; aquellos a los que yo arranqué del polvo seco de la tierra para darles mi misma imagen y hacerles señores sobre toda la obra de mis manos en la tierra; ellos mueren de sed después de desperdiciar toda la belleza que yo les regalé. ¿Quién les llevará de mis aguas para que no perezcan?
Mirad aquí.
En ese momento se abrió una fisura justo en la base de su trono; y de las profundidades de los montes sobre los que se sienta El Señor De Toda La Tierra, brotó el agua mas cristalina que se pueda imaginar. Con solo mirarla, el corazón rejuvenecía, y el alma se libraba del peso de la culpa; y todo aquel que la probaba, no volvía a tener sed jamás.
Llevad mi agua a los hombres que se marchitan en la tierra; seréis para ellos lluvia temprana y tardía; seréis el rocío que regala la noche, y calma luego la sed del día; seréis para ellos vientos de alegría y bendición; seréis agua de vida que haga fructificar la tierra y llene los ríos hasta endulzar el propio mar.
Cabalgad ahora desde mi trono. No perdáis el tiempo, pues mi tierra muere de sed.
Los caballos alazanes se encabritaron y saltaron como si de un solo animal se tratara; el salto fue tan brusco que el viento del Este tuvo que agarrar con fuerza las riendas para terminar derribado de su propio carro. Oyeran todo lo necesario, y la caliente sangre de los caballos hervía en fuego por cumplir la misión encomendada; el ímpetu del viento del Este hizo el resto, levando al conjunto a iniciar su misión demasiado pronto. Apenas si habían mojado en el río los cascos y un poco de las ruedas del carro cuando su desenfrenada carrera hacia la tierra comenzó.
Pronto los caballos sintieron en sus cascos las mas altas montañas de la tierra, y aprovecharon su pronunciada inclinación para lanzarse en un galope tendido sobre las llanuras y las zonas habitadas de la tierra. El viento del Este descargo con un poderoso soplido toda su fuerza.
Desgraciadamente el carro del viento del Este estaba vacío de agua del trono de Dios; en su precipitación, su deseo de ser los primeros, de ser el viento mas rápido y convertirse en el portador de la promesa de El Señor De Toda La Tierra había olvidado lo mas importante: llenarse primero de la lluvia prometida. Así el soplido del viento del Este se convirtió en un viento solano y seco; en un aire que quemaba la tierra y a los hombres; que robaba la poca humedad que aún persistía en los escasos riachuelos, o en el fondo fanganoso de algún resto de lago. Un viento que precedía al gusano y la langosta y que por donde pasaba cuarteaba la tierra y mataba todo lo vivo.
Los hombres mirando angustiados al cielo, maldijeron a Dios.
El viento del Norte resultó un poco mas juicioso, cargó su carro del agua que brotaba del trono; dejó que el pelaje de sus caballos se empapara hasta la raiz de su pelo azabache con la necesitada agua; luego con un grito seco y autoritario comenzó su viaje salvador hacia la tierra.
Pronto la vieron a lo lejos, quemada y resecada por el viento del Este, vieron a los hombres levantar su mirada esperanzada hacia el cielo, esperando un nuevo viento húmedo que pudiese salvar sus vidas y las de sus familias; que trajese la fertilidad a sus campos.
Los caballos negros se detuvieron en su avance; y el viento del Norte no hizo nada para que sus caballos continuaran el viaje. ¿No eran aquellos hombres los mismos que ensuciaban la tierra?, ¿No era su codicia la que les llevaba a cortar árboles y quemarlos hasta ensuciar los aires?; ¿No eran los que exterminaban al resto de seres vivos, muchas veces sólo para cubrir sus lampiños cuerpos?; no eran los mismos que se atrevían incluso a ensuciar al propio viento del Norte con sus apestosas ciudades y aparatos?.
¡NO!, el viento del Norte no cabalgaría entre ellos pero tampoco se atrevería a desobedecer a El Señor De Toda La Tierra; así que cabalgaría a alrededor de la tierra, pero a gran altura, por encima de la mas alta de las cumbres; y desde allí vertería su preciada carga, pero sin mancharse ni eél ni sus preciosos caballos.
El agua del trono, vertida desde tan lejos, se precipitó con fuerza hacia la tierra; pero allá arriba el frío era tan intenso que el agua se congeló poco a poco; una parte se convirtió en gélidos copos de nieve, que cayeron y cubrieron la tierra con una fría manta blanca; en otros lugares los pequeños copos se unieron y fundieron hasta formar pesadas piedras de hielo que se lanzaron sobre la tierra como un mortal y destructor golpe de granizo.
La tierra se congelo e invernó; o fue herida y removida hasta no sobrevivir ni una sola hoja verde. Los hombres se vieron afligidos, no solo por el hambre que laceraba sus estómagos; si no también por un frío mortal que congelaba hasta sus huesos.
De nuevo, temblando de frío, los hombres maldijeron a Dios.
Los caballos blancos estiraron sus cuellos mirando hacia abajo, hacia los hombres que sufrían en la tierra, llorando su desgracia. Luego miraron hacia el trono, donde los ángeles seguían girando alrededor del trono , cantado alabanzas a El Señor De Toda La Tierra.
Los pensamientos del viento del Sur seguían la misma dirección que los pensamientos e intenciones de sus caballos. Empujó su carro, guiado por sus caballos hasta penetrar profundamente en el río que salía del trono. Pronto las aguas salutíferas llegaron a los costados de los caballos, y penetraron en profundidad en el caro del viento del Sur; y las aguas que brotaban del trono pronto hicieron notar su poder. Eran aguas de salud y refrigerio. Tanto los caballos, como el propio viento, sintieron alivio de los agobiantes calores que por años, decenios, siglos y milenios habían golpeado una y otra vez sus cuerpos; pronto las heridas y llagas producidas por las arenas del desierto fueron limpiándose y suavizándose con el agua que brotaba del trono. Incluso el tiempo que habían llegado a disfrutar del desierto, fue desapareciendo poco a poco, convirtiéndose e un recuerdo lejano, mas parecido a un sueño que a una realidad vivida alguna vez. Y todo su pasado se convirtió en algo parecido a uno de esos sueños que intentas recordar nada mas despertar, y que se te escapa entre las briznas de realidad que invaden poco a poco tu mente después del largo sueño de la noche; hasta desaparecer sin dejar rastro alguno.
Y así, el viento del Sur, decidió, para alegría de sus corceles, que por fin había encontrado su lugar en el universo; el lugar donde quería pasar el resto de su existencia. Ya no volvería a mirar hacia la tierra jamás; sus ojos no se apartarían ya mas del maravilloso trono de El Señor De Toda La Tierra.
El viento del Sur olvidó su misión, y jamás volvió a pensar en ella.
Los caballos pardos se habían mantenido a un lado del trono, como tímidamente alejados del centro de toda la acción, como si no quisiesen molestar a sus compañeros mas bellos, mas altos, mas sabios que ellos mismos. El vito del Oeste se había mantenido también callado, como ensimismado en un pensamiento que sólo él podía alcanzar. Desde que había llegado cerca del trono, no había apartado ni un solo momento su ojos de los ojos de El Señor De Toda La Tierra; estaba mas alejado físicamente, pero se había acercado increíblemente en su espíritu. Él pudo, por un pequeño instante, ver el corazón de Dios; así pudo darse cuenta que el trono no brotaba de la base del trono de Dios; si no que estaba formado por lagrimas brotadas del corazón de El Señor De Toda La Tierra. No eran amargas lagrimas de tristeza o dolor; si no dulces lágrimas de compasión y amor; de autentico y genuino amor que deshacía el corazón del Padre en agua que pudiese aliviar el dolor de los hombres.
Y aunque no había nada que desease mas que pasar su existencia allí, a los pies de quien tenia tanto amor para derrochar, también había sentido el latir del corazón de El Señor De Toda La Tierra; y de escuchar es el latir, poco a poco su propio corazón se había acompasado a aquel ritmo. Lo mismo estaba sucediendo con el latir de los caballos Pardos que tiraban del carro de bronce del viento del Oeste.
Así, viento del Oeste, caballos Pardos y a poco todo el universo sintió lo que el Padre sentía por los hombres que le habían maldecido.
Lentamente, caballos, carro y viento se introdujeron en el rio, primero apenas si los casos, luego hasta las rodillas, hasta los flancos y por encima de las ruedas; y finalmente hasta las crines y quedar cubiertos por completo del agua brotada del corazón del Padre.
Volaron hacia las tierra, y estando aún bastante lejos, pudieron escuchar claramente el clamor y lamento que subía desde los corazones de los hombres sobre la destruida tierra; lagrimas y gritos pidiendo consuelo para un dolor que parecía no acabar jamás. Y caballos y viento temieron lo que podrían encontrar sobre la superficie de la tierra: dolor, tristeza, rabia, miedo y muerte; y desearon soltar ya su carga para no tener que compartir el dolor que la tierra sufría.
Pero aún se mantenía en sus pechos el latir del corazón de El Señor De Toda La Tierra; así que forzaron su voluntad y sus deseos para baja mas y mas acercándose tanto a la tierra que los hombres podían casi agarrar los cascos de los caballos, o las ruedas del carro del viento del Oeste. Tan cerca que los hombres podían sentir el soplo del viento del Oeste como una suave brisa venida de lo ancho del océano.
Caballos, viento y agua del trono se convirtieron en una suave llovizna que cayó sobre la tierra, acariciándola suavemente, y mojándola delicadamente, como temiendo provocar algún daño. Así los beneficios del agua salida del trono de El Señor De Toda La Tierra alcanzó a los hombres; y sus heridas; su dolo; su esterilidad; su tristeza y su desgracia; para convertirlo en alegría, alivio, fertilidad gracia de Dios y vida sobre toda la tierra.
Y los hombres, postrados sobre sus rodillas, alabaron por fin a El Señor De Toda La Tierra.
Ahora, cuando el viento del Oeste sopla sobre la tierra, los hombres sienten sus rodillas temblar, deseando tirarse sobre sus rodillas ante El Señor De Toda La Tierra para bendecir su nombre por toda la eternidad.
Por eso el viento del Oeste trae siempre lluvias que son promesa de fertilidad sobre la tierra.
Y por eso los hombres prefieren morir cuando sopla el viento del Oeste, porque reconocen que su soplido es promesa de una vida mejor; de una vida eterna ante El Señor De Toda La Tierra.
Vosotros también, hijos de Sion, alegraos y gozaos en Jehová vuestro Dios; porque os ha dado la primera lluvia a su tiempo, y hará descender sobre vosotros lluvia temprana y tardía como al principio. Las eras se llenarán de trigo, y los lagares rebosarán de vino y aceite. Y os restituiré los años que comió la oruga, el saltón, el revoltón y la langosta, mi gran ejército que envié contra vosotros.
Comeréis hasta saciaros, y alabaréis el nombre de Jehová vuestro Dios, el cual hizo maravillas con vosotros; y nunca jamás será mi pueblo avergonzado.
Joel 2:23-26
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